El sábado de la segunda semana de noviembre, con un tiempo excepcionalmente bueno, encaminamos nuestros pasos hacia las escarpadas montañas del sistema Penibético, zona que está recibiendo la merecida atención de la UNESCO.

Nuestra primera parada nos colocó entre los municipios de Álora, Antequera y Ardales, en el ya mundialmente conocido Desfiladero de los Gaitanes, un bellísimo cañón excavado por el agua, con estrechas cerradas de solo diez metros de ancho y vertiginosas paredes de hasta 300 metros de altura, en cuyo fondo corre el río Guadalhorce. Suspendido de sus muros, cruzando el acantilado, se alberga un camino imposible llamado El Caminito del Rey, debiendo su nombre a que fue inaugurado por el rey Alfonso XIII en 1921, con vistas a un aprovechamiento hidroeléctrico.

Nuestra segunda visita nos llevó hasta el centro de interpretación de Antequera para ilustrarnos sobre el descomunal conjunto megalítico formado por dólmenes de 5.000 años de antigüedad

Esa ruta había sido, durante décadas, una vía de comunicación indispensable entre los habitantes de lastres poblaciones. Una impresionante obra de ingeniería ha rehabilitado las antiguas y peligrosísimas pasarelas de madera que constituían su trazado original. Uno de los grandes atractivos del recorrido es el puente colgante, de más de 30 metros de longitud y 105 de altura sobre el Guadalhorce, que cruzamos, con menos precaución que entusiasmo, después de recorrer a pie los fragantes pinares y espectaculares remansos del río que constituyen su acceso.

Una de las muchas maravillas que llamaron nuestra atención fue el espectáculo que pudimos observar mirando hacia el cielo, en los alrededores del gigantesco tajo que forma el cañón: era una barahúnda de vuelos y de alas, pues águilas, buitres y cernícalos—además de otras muchas aves endémicas— anidan en sus rocas. Antiguamente también fue el hábitat natural de los “gaitanes” o quebrantahuesos, buitres barbados especializados en fragmentar los huesos que abandonan las restantes rapaces, dejándolos caer desde los más altos acantilados. Dicen que la seca bala de un turista inglés abatió a un solitario ejemplar de excepcional tamaño que raudo y majestuoso, sobrevolaba el desfiladero. Uno de los muchos vigilantes del parque nos contó su historia: el ave fue disecada para exhibirla en un museo londinense. El negro antifaz que caracteriza a la especie aún sigue rodeando sus ojos amarillos, vidriosos porque ya no pueden ver la inmensidad, pero la asombrosa envergadura de cuatro metros —que alcanzan sus alas abiertas—aún sigue admirando y conmoviendo a los visitantes del museo, que no tienen manera de saber que, en las rocosas montañas de Antequera, él fue el último Gaitán.

Dólmenes de Antequera

Monumentos funerarios erigidos entre la diosa de la fertilidad y la montaña de la vida eterna

Nuestra segunda visita nos llevó hasta el centro de interpretación de Antequera para ilustrarnos sobre el descomunal conjunto megalítico que forman los dólmenes de Menga y Viera, de 5.000 años de antigüedad. En su construcción intervinieron hombres, mujeres, niños y animales, arrastrando por medio de cuerdas y otros sistemas de ayuda para el deslizamiento, en un penoso esfuerzo conjunto, el inmenso tonelaje de las piedras.

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Los túmulos se alzaron ante una montaña de perfil femenino, a quien los neolíticos consideraron una diosa de la fertilidad, ya que el subsuelo que rodea la zona está minado de acuíferos que dan lugar a una exuberante vega; sin embargo, los hombres neolíticos orientaron su entrada hacía la parte opuesta, el Torcal de Antequera, que, por sus formas misteriosas y sobrecogedoras, fue considerada la montaña de la vida eterna. El pasado 15 de julio el Sitio de los Dólmenes de Antequera fue declarado Patrimonio Mundial por la UNESCO.

 

El torcal de Antequera

Su formación, todavía viva, arranca hace unos 200 millones de años cuando la zona se encontraba sumergida bajo el mar de Tetis y los sedimentos del fondo emergieron, por la presión de fuerzas tectónicas, dejando al descubierto fósiles de gran tamaño, piedras calizas cinceladas por las fuerzas de la erosión en el lento transcurrir de los milenios.

Más de 100.000 visitantes anuales acuden al Torcal atraídos por su impresionante belleza, por su incalculable valor arqueológico y por el enigmático laberinto en el que reposan las fantasmagóricas formas de sus rocas, hoy convertidas, como el resto del parque, en Monumento Natural.

Durante la mañana del domingo recorrimos una de sus muy hermosas sendas, impregnada por la misteriosa energía y el silencio propios de una ciudad cuyas ruinas se han convertido en piedra.

El gratísimo recuerdo de estas grandiosas sierras, así como de las jornadas de compañerismo que hemos podido disfrutar durante su recorrido, tal vez elija quedarse con nosotros durante mucho tiempo.