YASMINA KHADRA es un nombre femenino sugerente y misterioso, tras el que no se oculta ninguna escritora glamurosa, sino un curtido oficial del ejército de Argelia que desde los nueve años de edad presenció “todo el horror que uno puede ver en un campo de batalla”. Él mismo confiesa que se ocultó bajo este seudónimo por miedo, y también para honrar a su mujer, Yasmina.

 Sus obras han obtenido prestigiosos premios y galardones y varias de ellas han sido nombradas como “mejor libro de año” en países tan diversos y exigentes como Alemania, Francia o Estados Unidos. Se dice de él, que en el año 2013 pudo llegar a ser el presidente de Argelia. En cualquier caso, estamos en presencia de un intelectual muy sólido y ante un escritor brillante que conoce a fondo su oficio; sus historias enganchan a millones de lectores, no solo por lo que cuenta, sino por cómo lo cuenta: la increíble agilidad de su narrativa sólo resulta superada por la indiscutible calidad de su prosa. La última noche del Rais narra en primera persona la noche del 19 al 20 de octubre de 2011 en una escuela de Sirte, ciudad donde se refugió Muamar Gadafi con su alto mando -huyendo de los bombardeos de su propio pueblo-, y constituye un escalofriante retrato de esas regiones sombrías que fueron la mente y la personalidad del dictador.

 El miedo ondeó escrito en los cielos de Libia durante los cuarenta años que duró su gobierno. Esos mismos colores, turbios y sangrientos, son los que le presentan en la portada del libro, caminando o por el desierto, solo, como un mesías iluminado por la fe en su destino.

 La novela, breve e intensa, se lee de un tirón: es imposible interrumpir su lectura. Si en las primeras páginas nos sorprende la amable extroversión de Gadafi, mayor es la perplejidad que nos causa, el terror con el que reaccionan sus allegados ante ella. Poco a poco vamos conociendo, de primera mano, su soberbia, su crueldad y perturbaciones mentales que le aquejan- agravadas por las sobredosis de heroína que consume de modo compulsivo-. No obstante, los aspectos sórdidos, no dañan ni molestan al lector, no conforman una lectura truculenta, sino que se difuminan en la perfección del relato.

 Hasta el último momento, su autor es capaz de ahondar en la conciencia del tirano y nos narra su final -el que ni la prensa se atrevió a contar-, con palabras exactas y precisas: “caigo al suelo a cámara lenta, libre de mis ataduras, aliviado de mis fechorías, eximido de mis remordimientos…”

 Sobre este bárbaro ajusticiamiento, cuyos prolegómenos, aún se investigan por las Naciones Unidas, Obama tuvo ocasión de pronunciarse con sobriedad y elegancia: “No ha sido agradable. Hace falta cierto decoro en el trato de la muerte. Incluso para alguien que ha hecho cosas tan terribles como él.” También en el polo opuesto lo hizo Hugo Chaves: “Amigo fiel, hermano guía, te recordaremos como un gran guerrero, como un líder revolucionario, y ahora como un mártir.”

 La última noche del Rais narra en primera persona la noche del 19 al 20 de octubre de 2011 en una escuela de Sirte, ciudad donde se refugió Muamar Gadafi con su alto mando

 “Hermano Guía” era uno de los títulos preferidos por el joven oficial de origen beduino, cuya indomable personalidad y desmedida voluntad de poder lo empujaron a cambiar la cuarteada realidad del país por un ingenuo culto a su persona. Creyéndose un elegido promulgó leyes salvajes que impuso mediante el uso la fuerza y perpetró actos vandálicos que merecieron la orden de detención de la Corte Internacional de la Haya, por crímenes de lesa humanidad.

 Tras la terrible guerra civil y la muerte atroz de su líder, hoy Libia continúa siendo una nación herida, un país arrasado por las contiendas y, lo que es aún peor, un feudo del terrorismo. La lectura de esta magnífica novela, suscitará interrogantes para los que quizás no encontremos respuestas, porque aquél gobierno de altos ideales que se instauró para bien del pueblo mediante la violencia, pronto perdió su sentido, sembró los gérmenes de un pavoroso futuro y desapareció como desaparece un espejismo en un desierto infinito, sin dejar otro rastro que el dolor de un pasado sangriento.

 

Merece la pena leer a Yasmina Khadra.