Memorias de un hombre superfluo y El hidalgo de la estepa

Nórdica libros ha publicado la cuidada edición de un excelente clásico: Diario de un hombre superfluo, un breve y humorístico relato en el que el protagonista, un joven aquejado de la grave enfermedad del desengaño, decide escribir un diario justo antes de morir, considerando que contarse su propia vida “no va a molestar a nadie” y que ante la inminencia de la muerte “es perdonable tener el deseo de saber qué clase de pájaro dicen que fui”.

La peripecia vital del joven moribundo, teñida de humor y ternura, guarda notables semejanzas con la del propio autor:

“Nací de unos terratenientes bastante ricos”... ”Mi madre era una mujer de carácter…muy virtuosa. Solo que no he conocido a ninguna mujer a la que ser virtuosa le causara menos placer”.

El libro está lleno de espléndidas reflexiones como esta: “mientras que el hombre vive, no percibe su propia vida; ésta como un sonido se vuelve clara varios años después…”

“…Sobre mí he de decir que soy superfluo, pero no por propia voluntad…”
Junto a la elegancia en el arte de la descripción y en la construcción de los diálogos, su estilo abunda en asombrosas pinceladas de luz y color más propias de un pintor impresionista que de un escritor:

“Dicen que a cierto ciego el color rojo le pareció el sonido de una trompeta; no sé hasta qué punto es certera esta comparación, pero en verdad hubo una llamada en el oro ardiente del aire de la tarde, en el brillo púrpura del cielo y de la tierra.”

El autor de esta pequeña obra maestra fue Ivan Turgeniev, un escritor casi desconocido y descatalogado en España, aunque también uno de lo más agradables y amenos para iniciarse en la magistral literatura rusa. Hijo de un alto mando militar y de una madre imponente, se formó en derecho y filosofía en Moscú y San Petersburgo y se marchó en cuanto pudo a Europa, huyendo de la “tierra de opresión”. Navokov decía de él, que aunque no era el mejor de los grandes escritores rusos, sí había escrito una de las más brillantes novelas rusas del siglo XIX: Padres e hijos, precursora del nihilismo moderno, que muestra el desaliento y la indecisión de la juventud ante las oscuras circunstancias de la época y que tuvo en Sartre y en Camus, su más alto grado de expresión. Por lo demás, Padres e hijos, resulta un texto totalmente recomendable. En esta novela, se recogen también las notas más características de la temática de Turgeniev, tales como la injusticia por la desigualdad de clases, que reprobó desde niño. En sus libros, los siervos están adornados de una grandeza, una honestidad y un valor, a los que sus amos jamás podrán aspirar. Abundan también las heroínas abnegadas, dispuestas a renunciar a todo con generosidad infinita, y enamorados que, como él mismo, viven y se consumen en la llama de un gran amor jamás correspondido.

El libro está maravillosamente ilustrado por Juan Berrio, premio internacional de novela gráfica, lo convierten en un preciado objeto digno de regalar y conservar

En su vida privada, se enamoró de la cantante Pauline Viadot, que estaba felizmente casada, y viajó por todo el mundo con ella y con su marido. Aunque siempre la amó, y dotó a sus hijas como un padre, no pudo evitar quejarse de la fría soledad de su vejez.

El libro está maravillosamente ilustrado por Juan Berrio, premio internacional de novela gráfica, y sus ilustraciones, en magnifica sintonía con la historia narrada, lo convierten en un preciado objeto digno de regalar y conservar, que incluso en la últimas páginas nos arranca una sonrisa, cuando el moribundo advierte a su pesar que, al mismo tiempo que la vida tan amada, abandonará también la categoría de hombre superfluo.

Es un libro inolvidable, como su autor, que cuenta entre sus muchas curiosidades la de haber escrito un brevísimo y peculiar ‘Quijote ruso’, titulado en español: El Hidalgo de la Estepa. (Su particular homenaje al Quijote Cervantino, cuya lectura le causó una profunda impresión).

El relato, narra las tragicómicas desventuras de un excéntrico noble lleno de principios, y sentimientos profundos en un mundo inestable y superficial, con el que choca continuamente. Este hidalgo ruso posee un caballo parecido a Rocinante: “un penco trasijado de pelaje rojo, que estaba rendido y se tambaleaba a cada paso”; su Sancho Panza ruso es “un hombrecillo rechoncho de unos cuarenta años, de figura hinchada como una manzana, que nunca se separa del caballero del soberbio alazán” y su Dulcinea, una gitana vagabunda que cuando le abandona: “parecía tallada en madera oscura, en la que solo el blanco de sus ojos destacaba como un par de almendras plateadas.”


Turgeniev que intentó ser un hombre moderno y cercano al pensamiento europeo, fue sobre todo un escritor muy querido, cuyo féretro siguieron miles de emocionadas personas hasta el cementerio –no hay más que leerlo para saber por qué–. Lo mejor de su obra tuvo un magnifico desarrollo en otro gran genio ruso: Chejov, cuyos magistrales relatos tanto nos deleitan. Tal vez pronto en España vuelvan a publicarse los libros de Turgeniev y nosotros podamos volver a disfrutar de su talento, en lo mejor de su bibliografía.

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