El 19 de Febrero de 2011, fue un día lluvioso pero apacible, idóneo para cruzar la garganta del río Estena, situada entre los grandes afloramientos rocosos que rodean esta ruta espectacular de Cabañeros.
Llegamos hasta el puente, a través de un camino sencillo y agradable rodeado por preciosos paisajes de gran riqueza botánica y geológica. En las paredes de cuarcita y marjaliza pudimos ver huellas del milenario oleaje marino que cubría la zona hace más de quinientos millones de años.
Esa ruta es bastante especial: La senda de un lento viaje en el tiempo, donde aún pueden apreciarse las cicatrices montañosas que los antiguos periodos
Cámbrico y Ordovícico causaron en las rocas: Violentas fallas y rañas vertiginosas que al plegarse rompieron las pizarras donde los trilobites quedaron apareados para siempre; Anémonas ancladas en la arena del lejano cuaternario; galerías excavadas por extraños gusanos gigantes y fósiles de artrópodos misteriosos e imposibles. La riqueza de un fondo marino, cuyos vestigios aún consiguen hablar.
Muchas cosas conforman el encanto y la insólita magia del lugar: la vegetación de monte bajo y grandes árboles, el cielo incansable, los rápidos murmullos del río, limpio y profundo. Su fastuoso verde malaquita, que discurre entre la escarpada discordancia de las rocas, perennes ante los vientos, inmóviles ante los siglos y la edad.
Fueron unas horas intensas que pudimos disfrutar entre compañeros y que culminaron con la fatigosa subida a la ermita. Un pequeño santuario desde donde puede apreciarse la silente inmensidad del parque.
Una vez más la marcha terminó con una estupenda comida y es que a esas horas, después de una buena caminata, sutilmente, el espíritu se ha preparado para apreciar los vinos y embutidos de la zona, la buena conversación y ese insustituible deleite que ofrece la amistad.
Somos nuestra memoria, -dijo alguien pensando sin duda en aquellos trilobites y en las anémonas-. Seguramente tanto la belleza como la felicidad, pasan a nuestro lado mucho más a menudo de lo que pudiéramos pensar.
Quedamos emplazados para la próxima.