Rodeado de altas montañas silenciosas y fragantes Pinares verdes - en el mismo corazón del Parque Natural de Cazorla - discurre entre saltos y múltiples cascadas el río Borosa. Su ruta es un paraje francamente recomendable, espléndido y bellísimo en todo su recorrido, que arranca desde una piscifactoría de truchas, y termina en lo más alto y recóndito de la sierra, en la misteriosa laguna de Aguas negras.
El viaje hasta allí, se nos hizo un poco largo, la verdad, y especialmente complicado fue el último tramo de curvas, donde la esposa de Juan Antonio Cantos pasó un mal rato tan significativo que pensó en no volver más por viajes que implicasen azares semejantes. Menos mal que muy pronto mejoró. También fue una suerte, poder contar entre los compañeros participantes, con José Luis López de Sancho y su gentil esposa. Hacía ya varios años que, por diversos motivos, no habían podido acompañarnos a las marchas y poder contar con ellos de nuevo, fue una gran alegría.
La primera parte del camino, la realizamos por una pista forestal que existe junto al cauce del río. Desde el primer momento, pudimos ver junto a espectaculares saltos de agua, pescadores con grandes botas inmersos en la corriente. Un coto de pesca sin muerte, que se sumaba a la bondad del paisaje garantizando la supervivencia de las truchas. La luz del sol, de un amarillo radiante, resaltaba si cabe aún más el intenso color verde, violeta y blanco de los romerales en flor, jaras, madroños y demás fragantes especies botánicas de la zona.
Las numerosas fuentes del río, nos hicieron caminar entre puentecitos de madera y mágicos recodos que parecían salir de un cuento, y así llegamos a la Cerrada de Elías, un encañonamiento natural de gran riqueza vegetal y geológica, desde donde continuábamos el ascenso al nacimiento del Borosa.
Pudimos ver algunas aves especialmente raras: blanquísimas garzas y patos reales de colores tan deslumbrantes como el cristal transparente de las aguas. A nuestro alrededor y hacía arriba, se cerraba el bosque. Entre muchas especies de árboles, destacaban los pinos: larícios, resineros, carrascos y masteleros.
De nuevo caminando, llegamos hasta un paraje llamado “la central eléctrica del salto de los órganos”. A partir de allí, se acababa la pista forestal y comenzaba un ascenso fuerte y montañoso que no pudimos realizar por acabarse el tiempo disponible para ello. Ya de vuelta, y tras pasar de nuevo las temidas curvas, pudimos disfrutar de un abundante y espectacular almuerzo, con manjares típicos de la zona que resultaron muy gratificantes, como el famoso Ring-Rang cazorleño. Las amplias cristaleras, dejaban ver los vertiginosos barrancos de la sierra cortados a pico y la lejana silueta de algunos buitres leonados, lentamente suspendidos en el azul implacable de los cielos. En la mesa, quedaban los últimos platos que no habíamos podido terminar. Se oía una música de samba y un mestizo muy alto y sonriente llegado de Dios sabía dónde, aunque él dijo que venía de Brasil, tras aplastar hierbabuena recién cortada con azúcar moreno, nos preparó unas inolvidables caipirinhas.
Tarde, muy tarde ya, nos devolvió el autobús a nuestras casas.