senderismo

 

El día 27 de enero de 2013, partiendo de Alcolea de Calatrava, nos dirigimos hacia la población de los Pozuelos. Era un soleado día de invierno y la ruta, llana desde sus comienzos, se veía plateada por la escarcha. De nuevo, visitábamos otro tramo de la Cañada Real Segoviana, cuya procedencia se remonta a las provincias de Burgos y Soria y desde Toledo penetraba en Ciudad Real a través del Ducado de Medinacelli.


La marcha estuvo muy concurrida y hubo una gran afluencia de colegiados y amistades que hicieron del trayecto un recorrido ameno y sencillo. Y es que con buena conversación da gusto caminar. Aunque ya buena parte de los 75 metros de anchura media que tenía la cañada han sido absorbidos por el monte mediterráneo, todavía pueden verse vestigios de los anchos caminos que integraban toda la formidable estructura de la Mesta, diversificada en vías pecuarias, cañadas, cordeles y veredas, algunos de los cuales han llegado intactos hasta nuestros días.

 

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Como letrados incorregibles que somos, acabamos rememorando las leyes de aquel tiempo —no son tan remotas como podría parecernos—. La verdad es que tienen su atractivo y además, al trepidante ritmo de reformas legislativas que llevamos, va a ser preferible estudiarse las leyes antiguas —que por lo menos no cambian— y por áridas que resulten, suelen ser más asequibles y llevaderas que las actuales. Y para muestra valga un ejemplo: es curioso hojear el cuaderno de leyes de la Mesta —cuerpo legal que data de 1771— y observar la lozanía y viveza de algunas de sus disposiciones:


“….Si algunos ganados pacieran en cualquier dehesa o pastos de invernadero en paz y no les fuere contradicho hasta el primer Concejo, o en el mismo Concejo que se hiciere en las sierras, ganan la posesión de ellas, los dichos ganados, por dicho invierno, en lo que cada cabeza hubiere menester y un tercio más”.


Hay que ver que eran previsoras y sólidas las leyes de aquél tiempo. ¿Para qué sería el otro tercio de los pastos? ¿Para las nuevas crías o para que el ganado pudiera engordar? ¿O más bien estaba destinado a que el pastor pudiera adquirir otros ganados al paso y así acrecentar sus rebaños?
Nos costaba trabajo imaginar que aquellos campos silentes hubiesen sido objeto de tantas disputas y querellas, por rompimiento de acuerdos y por protestas en el cobro de los derechos de pasto.


A medio camino, pudimos ver la laguna de Alcolea, de origen volcánico y un caudaloso brazo del Guadiana. Una nutria o tejón cruzó presuroso a la otra orilla y vimos también varios rebaños pastando a la altura del precioso puente de las ovejas, tan estrecho como para permitir el paso de una sola res y poder contar sin esfuerzo el rebaño entero. También visitamos las ruinas del Martillete, una aislada fundición de planta espectacular; pasamos al lado del volcán de los Rubiales y llegamos hasta los Pozuelos, tras quince kilómetros de marcha. La Comida se celebró en Los Pucheros de Piedrabuena y fue para no olvidar.


Así finalizó la marcha de invierno. Casi a las cinco de la tarde. Pensando en una próxima fecha donde poder salir de nuevo a caminar.