El pasado 27 de octubre nuestra XV marcha senderista discurrió por la serpenteante y bellísima falda de la umbría del Valle de Alcudia. Desde la conocida Venta de la Inés hacía el no menos famoso puerto de Mochuelo, esta deliciosa ruta es uno de los espacios naturales mejor conservados de la península, siendo su principal fuente de vegetación las dehesas de encinas destinadas a la invernada del ganado lanar. El puerto del Mochuelo, por otra parte, unía la Cañada Real de Andalucía con el antiguo camino Real de la Mancha. Aproximadamente en la mitad del camino, se encuentra la famosa “Meseta del Judío”, una elevación natural del terreno, hoy finca privada convertida en hábitat natural de linces, ciervos, gatos monteses y aves tales como el buitre leonado, el águila real o la cigüeña negra.
Esta ruta es un vivo testimonio de la importancia del Valle de Alcudia dentro de la trashumancia: por arcaico que fuese el comercio de las lanas convirtió a España en una de las potencias mundiales debido a su abundancia y riqueza. No es difícil deducir las numerosas querellas habidas por el disfrute de estos pastos, muchas de ellas recogidas en los inventarios de los pleitos y causas que se custodian en el archivo de la extinguida escribanía de Mestas y Cañadas.
También pasamos por la famosa venta del Zarzoso, situada en la finca de Fuente Cantos, entre los montes de la Cereceda y el Judío, junto al arroyo de su nombre. Como dato curioso basta mencionar que en 1693 se celebró en Almodóvar un juicio por una reyerta a tiros en ella. Propiedad de las religiosas Franciscanas hasta el año 1791, es citada en las famosas Relaciones Topográficas de Felipe II como lugar de noticias, de descanso de viajeros y animales, de abastecimiento y de postas. También se cita en el Catastro de Ensenada como la más floreciente de todas las ventas de Alcudia.
Hay que dejar constancia de que al hacer las mediciones de la ruta sufrimos un error y lo que pensábamos que eran dieciséis kilómetros se convirtieron finalmente en veintiuno, lo que lógicamente conllevó que el último tramo, la subida al Puerto del Mochuelo, se hiciera un tanto largo y costoso. No siempre es posible dejar prevista la exactitud del tramo recorrido, sobre todo cuando el camino es incierto y está mal señalizado.
Lo que comenzó y terminó siendo un día gris y lluvioso tuvo un soleado entremedio, que fue justo el que necesitábamos para recorrer todo nuestro itinerario. Fue una andadura no exenta de incidentes: monterías privadas en las inmediaciones que nos hicieron variar previamente el sentido de la ruta viéndonos obligados a realizarla cuesta arriba: un cartel que no existía cuando se realizaron las marchas de reconocimiento y que anunciaba la existencia de ganado peligroso nos llenó de inquietud, máxime cuando nadie contestó al teléfono que se facilitaba para que un vaquero nos acompañase por los tramos supuestamente peligrosos. Igualmente constatamos la existencia de colmenas de abejas salvajes, que afortunadamente con la humedad del día, no pensaron ni en salir de sus habitáculos. También pudimos avistar ciervos corriendo y numerosas aves en el cielo, cuya contemplación resultó muy emocionante, sobre todo para los participantes más jóvenes, que en ningún momento se quejaron de lo extenso del recorrido.
Llegamos casi a las cinco al restaurante con la satisfacción de haber superado un gran reto, lo que nos permitió hacer los honores a las estupendas viandas que nos sirvieron: gachas, migas, cochinillo y un sinfín de acompañamientos.
De modo que allí mismo y para el día 1 de diciembre, programamos otra nueva ruta, que nos permitiera volver a reunirnos de nuevo. Esta vez la zona elegida será la Sierra del Valdelhierro en Madrigalejos.