13 de noviembre de 2010
Esta vez, elegimos una de las rutas más sencillas y menos transitadas de Cabañeros: La Colada del Navalrincón, con un recorrido aproximado de unos diez kilómetros y totalmente llana para realizarla sin muchos esfuerzos. Iniciamos la marcha en casa Palillos, después de visitar el precioso centro de interpretación del parque, donde no sólo pudimos ver un impresionante documental sobre el entorno, sino también un nido de águilas en directo, -como un “gran hermano” según nos dijeron literalmente-. El polluelo blanco y redondo, que no hacía nada más que estar allí bajo el viento, atrajo nuestra atención con un tirón mediático que ya quisieran para sí muchos presidentes de Gobierno.
Tal vez ese polluelo representa con bastante fidelidad aquello que pensaban los antiguos griegos, que hay dos clases de tiempo: Cronos, el tiempo de la exactitud, la eficiencia, las prisas, los plazos, las agendas, ese tiempo de hacer. Pero no es el único, pues existe otro tiempo, totalmente opuesto, pero no menos valioso: Kairós, el tiempo sin medida ni duración predecible. Puede ser un instante intemporal, donde los relojes detienen su curso, o también puede ser todo un mes, un día o varios años. El instante en el que decides tu profesión futura, o aquél en el que conoces a una persona importante en tu vida o ese momento en el que por primera vez ves a tu hijo. Para un polluelo de águila, Kairós bien podría ser cada uno de los meses que ha pasado en el nido, solo, convirtiéndose en águila sin darse ni cuenta, contemplado los vientos bajo el cielo abierto. Para muchos de nosotros, Kairós puede ser esos momentos en los que la naturaleza despliega su magia a nuestro alrededor y habla con el lenguaje sutil que tienen las luces, los colores, las fragancias y los sonidos del bosque. Kairós, con su inmensa e insospechada riqueza, sería un tiempo no de hacer, sino de contemplar. Un infinito espacio para ser y existir.
Vimos buitres, alguna cigüeña tardía y escuchamos muchísimos pájaros. Las ginetas, los linces, los rebecos, se escondieron todos a nuestro paso, pero por la tranquila senda vimos cientos de setas: amanitas, robellones, níscalos. Pilar, la gentil esposa de nuestro querido compañero Bernabé, es una experta bióloga, con la que resulta un privilegio salir al campo y conocer la biodiversidad.
Así llegamos al pantano y a la Torre de Abraham, donde existe otro centro de interpretación y un grandioso mirador. Finalizamos el día en casa Aurelio, un espacioso asador que servía comida con tanta abundancia como fundamento. Es un privilegio poder pasar un día así, y más aún poder compartirlo con los amigos y compañeros del Colegio.