Una vez más la ruta de la minas de San Quintín, resultó impracticable por las recientes lluvias y a toda prisa hubimos de improvisar otra para poder sustituirla.
Tras la oportuna votación, decidimos realizar la ascensión del Mortirolillo, un pequeño monte situado en las estribaciones de la dehesa Boyal, cercana a las poblaciones de Hinojosas y Cabezarrubias.
La existencia de un merendero en el punto de partida parecía un buen motivo para reponer fuerzas antes de gastarlas, de modo que decidimos tomar tranquilamente el almuerzo. Contamos con la valiosísima ayuda de nuestro compañero José Luis Vallejo, que es un auténtico experto en artes culinarias y nos deleitó con su impecable manejo del cuchillo.
El trayecto tuvo una duración aproximada de unos 10 kilómetros aunque con la empinada subida del pico, se hicieron muy emocionantes. Andábamos por caminos arenosos llenos de pequeños charcos; los matorrales y las jaras se veían empapados de agua, y los rayos del sol, cada vez más anchos, fueron poco a poco abriéndose paso entre la neblina. Cuando terminó de disiparse la bruma, pudimos apreciar que el lugar estaba lleno de una densa vegetación que exhalaba un penetrante aroma a resina y a eucaliptus.
Una vez en la cima del puerto, iniciamos el descenso hacía la Casa Rural de Hinojosas, donde nos esperaban unas sabrosas migas.
Fue un día deslumbrante, corto como un sueño, donde pudimos disfrutar la tibieza del del otoño. Al salir, la oscuridad se cerraba de nuevo sobre los campos, lejos quedaban los bosques que habíamos transitado durante la mañana y tranquilas columnas de humo se elevaban al aire desde las ennegrecidas chimeneas de las casas.