“Llega un día en el que adviertes que todo es un sueño, que solo las cosas conservadas por escrito tienen alguna posibilidad de ser reales.”

 

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Con esta fascinante reflexión comienza la fabulosa y última novela de James Salter, escritor norteamericano recientemente fallecido que comenzó su carrera literaria tras ejercer como piloto de aviones-caza en la guerra de Corea.

 

¿Tiene razón Salter? ¿Puede ser cierto que únicamente lo que se escribe permanezca? ¿Que la realidad sea lo contrario del olvido?

 

Durante años -ya casi varias décadas- algunos de nosotros hemos participado en las espectaculares marchas y expediciones que organiza el Colegio de Madrid, y a la inversa: colegiados de la capital se han sumado con gran camaradería y entusiasmo a nuestro colectivo para recorrer otras sendas.

 

Pero pese a estos reiterados contactos, no cabía hablar de una marcha conjunta entre ambos Colegios, ya que en principio es una empresa no exenta de dificultades, por lo que durante muchos años, esa idea habitó en el lugar de lo más irrealizable de los sueños.

 

Pero hoy ese fantástico sueño se ha hecho realidad –colmando de ilusión a muchos de nosotros- y puede ser contado por escrito, rememorado, revivido, preservado para siempre del olvido.

 

Y es que nuestra profesión con sus cada vez más rigurosas exigencias, también nos permite encontrar un espacio de tiempo diferente desde donde conocer a otros compañeros, compartir anhelos y afanes, intercambiar pareceres y experiencias: el simple hecho de caminar juntos acorta distancias, acerca inquietudes, y en muy poco tiempo nos hace sentirnos tan cómodos como peces en el agua en esta nueva y espléndida compañía.

 

Anticipando la expectación y alegría de este encuentro, se fueron culminando todos los preparativos, para lo que sin duda ha sido un fausto acontecimiento en el que han participado más de ciento veinte personas de ambos colegios.

Y por fin llegó el gran día.

Como auténticos centauros del desierto, los autobuses en fila descendieron por la vertiginosa y polvorienta bajada que lleva hasta el río. La ruta tuvo lugar en un marco geográfico de incomparable belleza: el parque Nacional de Cabañeros, en la localidad de Los Navalucillos, donde el bosque mediterráneo se va conjugando con la vegetación atlántica hasta crear un fabuloso microclima donde los musgos centenarios, los líquenes barbados y los grandes helechos crecen en las paredes de las rocas y dan paso a especies mucho más propias de climas del Norte, tales como abetos, tejos, hayas, robles y abedules de troncos blanquecinos. A cinco kilómetros aproximadamente del lugar donde iniciamos la marcha pudimos contemplar la primera catarata: un bellísimo y ensordecedor capricho del edén, que entre un cañón de rocas, deja caer desde una altura de 12 metros unas aguas brillantes y ricas, que poco a poco van puliendo la hostilidad y la dureza de las paredes de piedra, embelleciendo la viveza de sus colores de cobre, supliendo su escasez de nutrientes y haciendo brotar en sus resquicios plantas dignas de los bosques de los nibelungos.

 

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César Pérez de Tudela, que lideraba la expedición del ICAM, había pronunciado previamente unas breves y sentidas palabras antes del comienzo de la marcha, tras las cuales, los más animosos, apostaron todo su entusiasmo en alcanzar la lejana cumbre del Pico Corocho de Rocigalgo, mientras que otros en cambio, prefirieron llevar un paso más sosegado y disfrutar de la grandiosidad del paisaje, en las refrescantes cercanías de las múltiples caídas de agua, o en alguno los bellísimos recodos que la caudalosa corriente del río Pusa ofrece al visitante.

 

Realizar el recorrido completo de ida y vuelta nos llevó todo el día. Un día que finalizó sobre las siete de la tarde en el área de descanso de las Becerras, a la salida del parque, con unas cervezas bien frías y muchísimas cosas que contarnos.

 

Otro será el momento de relatar las dificultades que nos acompañaron, las asombrosas temperaturas veraniegas, que en las tempranas fechas del mes de Mayo, hicieron penoso nuestro caminar; los impedimentos que el azar y las circunstancias, porfiadamente interpusieron a nuestro empeño de alcanzar la anhelada cumbre; por hoy baste destacar que el intenso paisaje y los rayos de sol que iluminaban los árboles, presenciaron lo que hasta entonces solo había sido un sueño: una multitudinaria marcha de hermanamiento, entre los abogados de los Ilustres Colegios de Abogados de Madrid y Ciudad Real.

 

Una vez más se evidenció la inquebrantable voluntad de servicio de nuestro insigne compañero, explorador, alpinista y doctor, César Pérez de Tudela, quién brindó toda su experiencia y sabiduría al buen fin de esta inusual expedición.


No hay mejor confidencia que la plasmada en una página pública: desde hace muchos años, César luce una preciosa medalla, apreciable a simple vista. Fue un regalo y un merecidísimo reconocimiento a su extraordinario valor y pericia alpina. En ella puede leerse una frase tan mágica como seductora:

“Ir donde habitan los sueños”.

Y eso hicimos:

Soñar caminando, caminar en sueños por los ancianos párpados del bosque misterioso, por sus empinadas cornisas y escondidos senderos.

 

Disfrutar de un día inolvidable, por el que hay que dar las gracias a todos los compañeros que lo hicieron posible con su participación, así como a ambos colegios representados por los Ilustrísimos Señora y Señor Decano de Madrid y Ciudad Real.
Y por supuesto, como siempre y de nuevo, gracias César.

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