A pocos kilómetros del Viso se encuentra el valle de los Perales, un hermoso paraje de Sierra Morena, actualmente convertido en aula de la Naturaleza y con una espléndida zona recreativa. Da gusto verlo y respirar allí, pues está poblado de encinas, alcornoques, castaños, robles, fresnos y también de abundantes matorrales mediterráneos, tales como la jara, madroños, enebros y brezos. Allí nos dirigimos en nuestra marcha de primavera, tras solicitar los preceptivos permisos al Ayuntamiento que tiene cerradas y arrendadas estas tierras para su explotación agrícola y ganadera.
Un guarda del parque nos abrió las rejas e iniciamos la marcha por un camino sencillo, bien trazado y ascendente, que dos horas después nos llevó hasta el famoso Peñón de la Ventanilla, que se llama así por tener un curioso agujero en el centro de la roca desde donde se puede divisar la espléndida extensión de Sierra Morena.
Tantas fotos nos hicimos en la curiosa hendidura, a la que sólo se accedía después de hacer algunos equilibrios, que muy pronto nos llegó la hora de iniciar el descenso.
A mediodía, el autobús nos llevó hasta la centenaria Villa del Viso del Marqués, que se encuentra rodeada por las antiguas sierras de Sisapo, (Almadén) Cástulo, (Linares) Oreto (Granada) y Mentesa. En tiempos remotos, fue el paso obligado hacia Andalucía. Romanos y árabes se asentaron en la zona dejando vestigios de su floreciente cultura. De los primeros perviven restos de una antigua calzada. De los segundos, la sonora toponimia callejera.
Según se recoge en las relaciones topográficas de Felipe II, la fundación del Viso se produce a mediados del siglo XII, cuando Alfonso VII, que frecuenta estos parajes, en pleno campo de Calatrava y cerca de Despeñaperros, hace de ellos ruta de ida y venida donde acampar sus ejércitos para librar sus continuas campañas contra el Islam.
El 30 de Enero de 1538, según carta otorgada por Carlos V, Álvaro de Bazán el Viejo compra a Carlos V las Villas del El Viso del Puerto y Santa Cruz, con todos sus términos y su jurisdicción y es, a partir de este momento, cuando el Viso comienza a denominarse: “Del marqués”.
Su hijo D. Álvaro de Bazán, primer marqués de Santa Cruz, al tiempo que inicia una brillante carrera militar por la que pronto es nombrado “Capitán General de las Galeras de Nápoles”, continúa la espléndida obra de su padre, embelleciendo la villa, construyendo un formidable palacio en ella y otorgando mercedes y privilegios a sus habitantes. Tal y como lo describe Cervantes, que luchó junto a él en Lepanto, este insigne almirante Álvaro de Bazán fue también: “Padre de soldados, venturoso y jamás vencido capitán”.
Después de comer en la hospedería de la Almazara visitamos el Palacio del Viso, el monumental edificio procedente del Manierismo italiano que constituye uno de nuestros más excepcionales legados del S. XVI, y que fue declarado Monumento Nacional Histórico Artístico por Decreto el día 3 de Junio de 1931.
Proyectado por el gran arquitecto Giovanni Battista Castelló, conocido como “ Il Bergamasco”, es un claro ejemplo de palacio Genovés en la Mancha. En él priman la inspiración y el gusto italiano del Marqués, que lo mandó construir siguiendo los precedentes artísticos de Miguel Angel y Palladio entre otros. Muy pronto El Bergamasco es reclamado por Felipe II para las obras del Escorial, por lo que otros muchos afamados artistas y pintores de la época prosiguen su construcción. Su techumbre y sus muros están decorados con magistrales pinturas de carácter religioso, histórico o mitológico, realmente dignas de admiración, como tuvimos ocasión de comprobar a lo largo de todo el recorrido por la escalera imperial de cinco rampas deleitándonos con los maravillosos frescos de ciudades y batallas que lucen en todas las paredes del palacio.
En la guerra civil resultó gravemente dañado y fue usado como prisión, pero afortunadamente hoy los antiguos descendientes del marqués lo tienen arrendado al Estado por el módico precio de una peseta al año.
En él se encuentra actualmente el famoso Archivo de la Marina, biblioteca semejante al archivo de Indias por su antigüedad y contenido, y que a diario es visitado por multitud de estudiosos de todo el mundo.
Al salir, no podíamos obviar una visita a la Iglesia, sencilla y solemne a la vez, perteneciente a un gótico tardío y cuidada con esmero por la población, pese a las muchas vicisitudes que ha sufrido a lo largo del tiempo, entre las que cabe destacar el grave incendio que la arrasó en el siglo XIV, y los daños en el terremoto de Lisboa de 1755, que acontecieron mientras el capellán decía Misa Mayor.
En su interior, pudimos contemplar el llamado “lagarto del Viso”, un cocodrilo de casi cinco metros, que lleva cientos de años reptando por una de las paredes de la Iglesia; simboliza la quietud y la observación.
Se cree que fue un presente de D. Álvaro de Bazán, traído de uno de esos países lejanos en los que solía guerrear, y además del incendio y del terremoto, ha sobrevivido a numerosas guerras: la de la independencia, las guerras carlistas y nuestra Guerra Civil del 36.
Por cierto que en dicha contienda, la Iglesia además de ser destruida, fue utilizada como garaje.
Un sacristán anciano y enjuto, que parecía vivir para la música, salió de la sacristía a saludarnos, y tocó para nosotros varias piezas musicales de Bach y algunas cantatas, entre las que cabe destacar las gloriosas notas del Ave María.
Al salir de la iglesia llovía copiosamente, pese al buen tiempo del que habíamos disfrutado durante todo el día. Nos apresuramos corriendo hacía el autobús que venía a nuestro encuentro, maravillándonos por tener cerca de nosotros rincones de nuestra historia tan grandiosos, entrañables y distintos.