El pasado 16 de junio, nos dirigimos hacia el Parque Nacional de Cabañeros donde esperábamos realizar una marcha seminocturna que nos diera ocasión de contemplar las hermosas estrellas de verano. Fue una agradable sorpresa comprobar que, atraídos por esta actividad, muchos menores acompañaron a sus padres en la ruta y disfrutaron de la tarde caminando y corriendo por el bosque, jugando al escondite entre los fresnos, las encinas, los sauces y los alisios, dando de comer a los peces, intentando hacer fuego con las piedras, o asombrándose ante las milenarias anémonas y los fósiles de gusanos gigantes que brillaban incrustados en las rocas de las bellas orillas del rio Estena.
Muchas niñas y niños, César, Juan, Diego… el más pequeño de todos fue el hijo de nuestro querido compañero Santiago, nieto del no menos insigne Miguel Guzmán, que no dejó de deleitarnos con la incansable energía de sus cuatro años. Entre divertidas ocurrencias los menores recorrieron sin quejarse los ocho kilómetros que conformaban la ruta, y después aún tuvieron ánimos para realizar a pie la empinada subida hasta el mirador de la ermita, lugar donde finalmente decidimos cenar e instalar nuestro observatorio celeste.
En el crepúsculo las cerradas nubes desaparecieron. El cielo se mostraba claro e inmenso como el mediodía, como un mar tranquilo, desde donde la luna emergió parcialmente ante nuestros ojos, como un alto velero, que terminó dejándose ver completamente llena, magnífica, resplandeciente. Dice la sabiduría popular, que la luna es más audaz que el sol y por eso anda de noche, que es también más humilde y modesta, porque sus cambios nos orientan sobre la fase del mes y no solo sobre la hora del día. Lo cierto es que su luz radiante supo deslumbrarnos sin desvanecerse ni cegarnos. Estaba tan cerca, que pudimos vislumbrar sus cráteres rebosantes de misteriosa soledad y oculta belleza.
No tardó en aparecer Júpiter señoreando el cielo de Junio. Más tarde, a través de los prismáticos estelares, pudimos verlo acompañado por la amorosa presencia de sus lunas satélites, ninfas, cuyas cautivadoras historias tuvimos también ocasión de escuchar. A continuación, distinguimos a Marte, rojo y fuerte como un astro, en tránsito por la constelación de escorpión y muy cerca de Saturno, que solo es visible cada muchos años. Nos acompañaba una experta en astroturismo que nos fue mostrando las principales constelaciones y su relación con la mitología griega. Con los certeros golpes de su puntero láser, el cielo se fue llenando de dioses, héroes, animales míticos, centauros y titanes: La voracidad de Cronos contrastaba con la astucia de Zeus; la triste historia de las osas, con la fidelidad de Arturo, siempre cerca.
Los mayores aprendimos y los pequeños disfrutaron
Incansables y extasiados se tumbaron en el suelo protegidos por mantas, para contemplar con comodidad el cielo abierto donde pudieron distinguir las estrellas azules de las rojas, los aviones de las estaciones espaciales, las enanas de las supernovas.
Grillos y luciérnagas, cucos y lechuzas, y otros muchos e invisibles pájaros nocturnos, iban tejiendo sus cantos bajo el perfume de las estrellas y las jaras. El cansancio iba ganando nuestros miembros, cerrando nuestros ojos, ordenándonos volver a casa y dejar rodar héroes y astros por su azul infinito. La noche fue cayendo en el sueño, consumiendo sus plazos, sus instancias y dejando entrever en su abrumadora lejanía, estancias siderales mucho más profundas y remotas de millones de soles y cometas, de increíbles galaxias.
Con pesar, decidimos emprender la marcha de regreso, y envueltos por las sombras, nos convertimos en silenciosas y oscuras siluetas en busca del autobús. Durante el camino, en los brazos de su padre, el pequeño Miguel se quedó dormido.
Dormido, como si el bosque, el cielo, el río y la luna estuvieran cantando para él… una canción de cuna.