No dioses inmortales, sino hombres de carne y hueso excavaron sus túneles y horadaron sus muros. El cañón del Cares, también llamado “garganta divina”, es una espectacular obra de ingeniería que se llevó a cabo a principios del siglo XX para captar y conducir las aguas del río Cares, desde el pueblo de Caín, situado en León, hasta Poncebos perteneciente a la provincia de Asturias.
Más de quinientos obreros barrenaron a mano el imponente macizo que separa ambas poblaciones, y once de ellos perdieron la vida en las terribles obras, durante las cuales se vieron obligados a picar la roca colgados con cuerdas sobre abismos de más de 60 metros, a instalar rudimentarios teleféricos para trasladar las cargas y los materiales, y a dinamitar las gigantescas paredes de la montaña en las más adversas condiciones humanas y climáticas. ¿El resultado? Paisajes maravillosos, pequeñas cataratas, puentes colgantes con plataformas de madera, túneles interminables que salvan vacíos, y una de las más bellas y más visitadas rutas de Europa. El rumor del agua acompaña al visitante en casi todo el trayecto y resuena en el interior de las paredes de piedra, con armonía y con fuerza, como el eco del coro en una antigua catedral. La canalización solamente es visible pocas veces, en dispersos tramos de aguas limpísimas y descubiertas, cuya belleza atrae al visitante hasta su rápido curso.
Hasta Caín nos dirigimos con la vista puesta en el fondo de los escalofriantes barrancos, donde el río Cares, afluente del Deva, corre espumoso buscando el mar Cantábrico. Es fácil ver a escasos metros, y casi tocar incluso, a las cabras montesas que, sin rastros de timidez, se acercan hasta los senderistas; y también es sencillo contemplar, en la inmensidad del cielo encajonado entre montañas, el majestuoso vuelo de las grandes rapaces que habitan las cumbres.
La marcha del río Cares, no fue fácil ni corta, pues son 24 kilómetros de ida y vuelta que, sin embargo, nuestros colegiados salvaron con entusiasmo y sin agotar sus fuerzas, porque al día siguiente nos esperaba el descenso del río Sella, reflejo de una competición que se viene realizando desde el año 1930, a la que acuden participantes de todo el mundo y que completamos de una manera francamente satisfactoria y divertida. Fueron 18 kilómetros de remo desde Arriondas a Ribadesella. Esta prueba requiere un continuo esfuerzo por parte de los participantes. No faltaron los vuelcos de piraguas, ni las paradas en puntos estratégicos destinadas a reponer fuerzas. Hay tramos, donde la aglomeración de embarcaciones llega a tal extremo, que no deja ver el agua, y otros donde las canosas vuelan como flechas, al ritmo de una frenética boga. Las miles de personas congregadas en las orillas, y en los altos puentes que atraviesan el río para animar el paso de las canoas, con su talante bullicioso y festivo, llenan el aire de colorido y de una algarabía sin igual. Remamos hasta las cinco de la tarde.
Aquel inolvidable nueve de Julio, finalizó con una estupenda cena de compañerismo, y en el viaje de vuelta nos dio tiempo para realizar una corta visita a Ribadesella, precioso Concejo del Principado de Asturias, de enorme interés turístico, fundado por Alfonso X el Sabio.