Quiero, en primer lugar, agradecer el espacio que me facilita la revista de nuestro colegio para haceros partícipes de la aventura solidaria que he emprendido desde hace algo más de un año, y que no persigue otro fin que el de ayudar a la construcción de una escuela para los niños y niñas de las plantaciones de té en Bangladesh.
Se podría decir que en la experiencia que os presento en estas líneas he intentado dotar de un sentido más amplio al vocablo latino que da nombre a nuestra profesión, “advocatus”, que en esencia significa “llamado en auxilio”. Creo que con un poco de generosidad podemos hacer una “interpretación analógica” de ese vocablo y estar disponibles para asistir no sólo a nuestros clientes, sino también a la sociedad que nos acoge y nos ha hecho abogados y, por qué no, a aquellos que, probablemente, nunca van a tener la posibilidad de contratar un abogado porque carecen (sí: carecen) de los más elementales derechos. No los encontramos en nuestro entorno, pero sí que son una realidad en otras partes del mundo. Yo los he visto. He hablado con ellos. He estado en sus casas. Y no lo olvidaré jamás.
El abogado actual debe salir de su despacho y comprender que existe otra realidad, a la cual debemos dar respuesta, para potenciar una sociedad mejor para todos: el problema, aunque no esté cerca, existe. Y es de la sociedad entera. Creo que los de hoy somos una generación de abogados más sensibilizados con los temas solidarios, y que es nuestro momento para marcar una hoja de ruta y poder ampliar el abanico de aspiraciones para hacer una sociedad de derechos.
La empresa Globalgestion, de la que soy director, nació, como todas, con el propósito de ganarnos la vida prestando servicios, pero quisimos darle un tono muy especial: la solidaridad, la intención de aprovechar nuestra actividad para ayudar a las personas que más lo necesiten. Queremos que una parte de nuestro trabajo beneficie a los demás.
Con esta motivación decidí emprender mi particular aventura solidaria de la mano de los Hermanos Maristas en Bangladesh. Acabo de regresar de allí. Han sido unos días de mucho aprender.
Se trata de un país situado al sur de Asia cuyo territorio se encuentra casi por completo rodeado por la India, excepto en una pequeña zona, en que limita con Birmania. Tiene casi 170 millones de habitantes: es el octavo país más poblado del mundo. Para que os hagáis una idea: en un reciente estudio de UNICEF se calcula que en esa zona de Bangladesh la ingesta diaria de calorías de una persona es de un promedio de 1.956 kcal, siendo en España el promedio de 3.270 Kcal.
Debido a los bajísimos costes laborales, la alta tasa de pobreza y la escasa protección social (no hay conciencia de lo público), muchas empresas multinacionales están instaladas en Bangladesh.
Pero hay un sector de población menos conocido y mucho más desfavorecido: los trabajadores de las plantaciones de té. Estos trabajadores trabajan recogiendo hojas de té, una a una, de 8 a 10 horas diarias, reciben 69 takas al día (65 céntimos de euro) por 23 kg de hojas, y si el peso no llega a 23 kg, no reciben nada. Viven en casas en estado deplorable dentro de las plantaciones. Solamente se permite trabajar a un miembro por familia. Cuando muere o tiene que retirarse por enfermedad, otro miembro de la familia puede reemplazarle. Si no, la familia es expulsada de la miserable casa en la que vive. En la práctica esto implica atrapar a las familias en las plantaciones de manera que nunca puedan salir de allí. Las leyes del Parlamento y las decisiones del Gobierno de Bangladesh sobre derechos de los trabajadores (salario mínimo, etc.) no tienen aplicación en las plantaciones de té, que gozan de un estatus especial desde los tiempos de la colonia británica. Hay escuelas primarias diseminadas por las plantaciones, que consisten generalmente en un aula en la que una maestra o maestro tiene a los niños de todos los niveles juntos. No hay pupitres, no hay libros, no hay recursos. La mayoría de los niños no termina la escuela primaria y, de los que lo hacen, la mayoría no puede permitirse ir a la escuela secundaria. Pero os quiero trasladar un dato demoledor: en 150 años desde que las primeras generaciones de trabajadores fueron llevados a las plantaciones, ni uno solo de sus hijos ha podido realizar estudios superiores.
Sin escuelas, esos niños están condenados a ser esclavos para siempre: no pueden hacer otra cosa, no saben hacer otra cosa. Si les damos educación, si les enseñamos a leer, a sumar, y luego les damos cultura y formación, tendrán un futuro digno y una vida digna. Podrán acceder a diferentes trabajos, podrán gobernarse a sí mismos, serán dueños de su futuro y protagonistas de su historia.
Desde Globalgestion hemos editado un cuento titulado “No me gusta la verdura”. Un cuento para niños que también deben leer los mayores. Relata la historia de cuatro niños que deciden ayudar a construir precisamente aquella escuela de Bangladesh. La decisión de ayudar les hace mejores a ellos mismos, y aprenden a valorar lo que tienen. Es una gratificante historia de amistad, de solidaridad, de esfuerzo y de formación. El texto ha sido ilustrado por niños y niñas de Educación Primaria de colegios de Castilla-La Mancha y de colegios Maristas de toda España.
Todo el beneficio de la venta del cuento irá destinado a la construcción de la escuela de los Hermanos Maristas en Moulovibazar, Bangladesh.
No quería terminar estas líneas sin contaros mi reciente experiencia en Bangladesh, que ha sido inolvidable. Por más que os cuente, no me siento capaz de transmitiros la situación por la que atraviesa esa gente. Puedes contemplar pobreza en cada rincón del país, y eso te encoje el alma, pero pasa a un segundo lugar cuando observas que esas personas se encuentran en situación de esclavitud en las plantaciones de té: no están censados, no tienen derechos, es como si no existieran. Por eso creo que este proyecto no es un proyecto solidario como otro más, es una rebelión contra la esclavitud, que aún existe en nuestros días y continúa siendo difícil de erradicar.
En mi viaje he conocido a muchas personas que considero héroes, porque para dejar toda una vida de confort, como la que tenemos en occidente, para ayudar a los más necesitados, se requiere tener algo más que amor por el prójimo.
En este viaje, he podido comprobar que esos niños de las plantaciones de té no sólo no tienen derechos, es que no tienen comodidades, en muchos casos su salud es quebradiza o quebrada del todo. Pero hay algo que sí que tienen, y es una sonrisa permanente. A partir de esas sonrisas, mi percepción de la vida ha cambiado.
Gracias a la colaboración de muchas personas ya hemos vendido más de 8.000 ejemplares del cuento solidario “No me gusta la verdura”. Falta muy poquito para culminar el proyecto. Os invito a colaborar con nosotros para que aquellos niños sigan teniendo, además de la sonrisa de los misioneros, salud, educación, cultura, derechos. Aún es posible colaborar adquiriendo el cuento a través de nuestra página web www.globalgestioninnovation.com, o llamando al teléfono 923 231 164.
Gracias.
Pablo Alonso Salazar
Col. Núm. 2706